Vuelve el día de la marmota. 5 elementos a considerar en la campaña electoral que viene


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Ha sido la crónica de una muerte anunciada. Desconfianzas, estrategias partidistas, vértigos electorales, incapacidad de negociación… y otros muchos factores que hemos podido observar en este periodo han hecho que nos enfrentemos a las cuartas elecciones en cuatro años. Más allá de analizar lo acontecido, a continuación se exponen cinco elementos que serán fundamentales en la próxima campaña electoral y el consiguiente escenario postelectoral. 

  1. El juego de la culpa. Desde, prácticamente, el día posterior a las pasadas elecciones se ha podido apreciar que los principales actores que estaban llamados a configurar, de forma natural, un nuevo gobierno han estado más preocupados en buscar la culpabilidad del otro en el fracaso de una negociación-que nunca fue tal-, que en encontrar los elementos reales de construcción de un proyecto de gobierno. Eso se ha acentuado tras la investidura fallida y se ha acrecentado en los últimos días cuando la irremisibilidad de la situación era públicamente evidente. Así comenzará esta campaña electoral de nunca acabar, culpado al resto. Porque bajo esta premisa se esconde la base de la construcción de narrativas que serán los argumentos que construyan el relato con el que los partidos pretenderán dibujar el marco predominante de estas nuevas elecciones. Pero este juego de culpa no juega en un sólo sentido, es decir, de culpar “al otro”, sino que, además, juega en sentido inverso. Es decir, no sólo la culpa es del otro sino que, lógicamente, no es mía. No hay corresponsabilidad. En este sentido, ya se han escuchado argumentos pidiendo a los ciudadanos “una mayoría más clara” o la reforma de un sistema institucional que facilite más el proceso de investidura. En el primer caso es desviar la carga de la culpa hacia los ciudadanos, que se equivocan al votar, y la segunda es despejar balones sobre unos procedimientos que, si bien es cierto que no estaban pensados para una sistema multipartidista y necesitan una revisión, han puesto de manifiesto la incapacidad negociadora de nuestros representantes políticos. 
  1. Las encuestas. A nadie le cabe la duda de que esta nueva convocatoria electoral tiene detrás intereses demoscópicos. El escenario que dibujan la mayoría de las encuestas muestran una subida del PSOE, un PP aguantando y al alza, una bajada moderada de UP que podría haber tocado suelo electoral y un descalabro de C´s y VOX. Parece que los principales actores políticos se han dejado llevar por los cantos de sirenas de estos posibles resultados y han perdido el miedo al resultado azaroso que supone tirar de nuevo los dados electorales. Sólo así se entienden las posturas finales de PSOE y UP y la ocurrencia de última hora de Rivera ante la que se le puede avecinar. Los spin doctors habrán calibrado bien los riesgos que conllevan y las posibles variables que puedan irrumpir durante la campaña, como la sentencia sobre los presos catalanes. De cualquier manera, anteponer los intereses partidistas sobre los de un electorado, que parece no entender lo que ha ocurrido, no parece lo más lógico. Tomar decisiones de gobierno a golpe de encuesta no parece lo más razonable, ya se sabe: las encuestas las carga el diablo.

  1. Participación vs. Abstención. Si hay algo que todos damos por (casi) seguro es que se va a producir un aumento de la abstención el 10 de noviembre. La perplejidad ante lo ocurrido y el hartazgo producido, fundamentalmente, en un electorado de izquierda que creyeron en la posibilidad de un gobierno progresista que no se ha producido y se encuentran, de nuevo, ante los próximos comicios no parece, precisamente, un factor movilizador para los votantes. La abstención tras un periodo de desengaño producido por unas expectativas no cubiertas y la crítica a los suyos son elementos inherentes al comportamiento electoral del votante de izquierdas. Además, visto el devenir de lo acontecido, será difícil que el argumento de votar en negativo, a la contra, por el miedo al triunfo de las derechas sirva de instrumento para agitar el voto entre los ciudadanos de izquierdas. Por el contrario, en el otro lado ideológico, ante la (nueva) posibilidad de obtener una mayoría de derechas puede aparecer el movimiento contrario, que, además, vendrá determinado por el siguiente punto a considerar: fragmentación vs. concentración del voto.
  1. Fragmentación vs. concentración. La capacidad para aglutinar en torno a sus siglas a los votantes en las elecciones que vienen vendrá determinado por diferentes factores como la capacidad de concentración y movilización de su electorado de los partidos y otras variables como la aparición de nuevos actores o posibles coaliciones. Respecto a esto último, parece que la idea del PP de incorporar a la competición electoral la marca España Suma no se va a producir. Sin embargo, no es nada descartable que se produzcan alianzas en el seno de la derecha en determinadas circunscripciones en la votación al Senado. Igualmente, en el seno de la izquierda, la posible incorporación de Errejón y Más Madrid al ámbito nacional supondrían un cambio en la repartición de los pesos e influencias electorales en el ámbito PSOE-UP, sobre todo en este último. Asimismo, dentro de UP, habría que detenerse a observar el comportamiento de las confluencias y la posibilidad de la existencia de nuevos movimientos como ya reclama Adelante Andalucía. Sobre el primer factor enunciado los partidos antiguos salen con ventaja en esta carrera electoral. La fidelidad partidaria del bipartidismo, su cantidad de cuadros y su mayor articulación territorial, así como la menor volatilidad que ofrece una trayectoria política de décadas de estabilidad institucional juegan a su favor. Ante los volantazos ofrecidos en sus acciones por los nuevos partidos, la percepción de mejor lo viejo conocido no por simple deja de ser concluyente. ¿Caminaríamos, entonces, hacia un nuevo tablero partidista dominado por un bipartidismo imperfecto?

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  1. Cambio en el liderazgo de los principales partidos políticos. Los líderes de los partidos han mostrado cómo viven en una línea paralela a la de los ciudadanos con la que nunca se cruza. Su intereses se han mostrado distintos y han prevalecido los suyos propios y los del partido, lo que abunda en una crisis de representación y de falta de alternativas para unos ciudadanos que no se identifican ni con los partidos ni con sus representantes. Una cosa es segura, ocurra lo que ocurra el 10-N parece evidente que alguno de los líderes de los principales partidos políticos no comenzará 2020 al frente del suyo. La incapacidad de negociación mostrada para formar gobierno, la soberbia que se desprenden de algunas de sus declaraciones y acciones y, sobre todo, la falta de la más mínima autocrítica sobre sus actuaciones, los descartan como interlocutores válidos para posibles futuros pactos postelectorales. Más aún, si tenemos en consideración que, sea cual sea el resultado, las posibles alternativas de gobierno que aparezcan tras las elecciones de noviembre van a ser, con una altísima probabilidad, las mismas que existían tras las elecciones de abril. ¿serán capaces ahora en noviembre lo que no han hecho durante este verano? Los líderes de los partidos se están jugando su propio futuro político.

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